Música, fans y los nuevos hábitos de consumo

3 de febrero, 2012 | Blog | Tendencias


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Tenía 8 años cuando Café Tacuba lanzó su disco «Re», me volvía loco escuchando «Ingrata».  Lo recuerdo como si fuera ayer. En ese entonces vivía en Armería, un municipio pequeño del estado de Colima.  Había descubierto el rock, Telehit, MTV y una gran diversidad de géneros, que entre más «pesados» fueran, más me agradaban. En esa época era común que mis  compañeros de la escuela no tuvieran las mismas preferencias musicales que yo, pero eso me gustaba, creía que me hacía diferente. Era extraño, porque en paralelo solía disfrutar la música norteña y la banda. Frente a mi casa, el restaurante de Licho Rincón solía tener la rockola a todo volumen, se escuchaba a Ramón Ayala, Los Tigres del Norte, Los Originales de San Juan, entre otros. Eran tiempos de descubrimientos, tiempos analógicos.

Me desvelaba sintonizando los canales musicales de televisión, compraba revistas, husmeaba entre los anaqueles de Mr. CD. Esos eran mis únicas vías para conocer grupos nuevos, nunca me gustó la radio. Llegó 6to de primaría, y tras enfadar, sí, enfadar a mis padres, me compraron mi primer estéreo. Un Sony, incluía lectora de cassettes y discos compactos. Corrí por mi primer disco, Control Machete – «Mucho barato». Continúe con Molotov, Plastilina Mosh, y así sucesivamente. Me emocionaba ver crecer mi colección de CDs.

En la secundaría empecé a compartir música con mis amigos. La palabra  «compartir», en la actualidad  puede escucharse dentro de un contexto digital, pero antes, era todo lo contrario. Salíamos de clases, y nos íbamos directo a mi casa. Prendíamos el estéreo y platicábamos acerca de los grupos que nos interesaban. Al finalizar la tarde, intercambiamos los CDs, y al siguiente día, volvíamos a platicar sobre ello. Existía el contacto, las relaciones humanas, y sobre todo, una experiencia colectiva y única en el adquisición de nuevos conocimientos musicales.

Me tuve que mudar a la capital para estudiar la preparatoria,  y así como mude de mi casa, cambiaron muchas cosas. Amistades, estilos de vida y los mismos hábitos de consumo. Y el cambió fue más relevante cuando me compraron mi primer computadora con acceso a Internet. Escuchar el sonido del modem –bleeps, clangs, bleep-, era como una discusión amistosa hacía un mundo aún no explorado, y eso me intrigaba. Se me hacía sorprendente que yo era el que elegía que escuchar, yo era el que decidía que ver y que no. La inmediatez me cautivo, lo inalcanzable se volvió alcanzable. Estaba emocionado, pero a su vez y sin pensarlo, me volvía más ermitaño. Las comunicaciones y relaciones se hicieron digitales: «nos comunicamos por Messenger, y me dices qué onda con la tarea, no?», «oye, descarga el Kazaa, y baja la canción nueva de Slipknot».

La palabra «compartir», terminó siendo intangible. Ya no compraba discos como antes, descargaba sólo las canciones que me gustaban. Me volví muy selectivo y crítico. Presumíamos el número de archivos MP3s que teníamos en la computadora. Calidad y cantidad al mismo tiempo.

Empecé a notar que Internet me había hecho más fanático, no sólo por el tiempo dedicado a ello, sino que podía explorar más información sobre el artista, y hasta contactarlos directamente. Apreciaba más a los grupos que ofrecían sus producciones a través de la red, que a los que no. La llegada de Myspace hizo que la comunicación entre artista-fan y fan-fans, fuera interactiva y transparente. Ya no sólo compartía mis gustos musicales con mis compañeros de clase, sino con cualquiera, sin importar su ubicación geográfica, raza o edad. Al final, todos disfrutamos de algo en común.

Las actuales batallas en la red por las descargas ilegales son sinónimo de una mentalidad prehispánica, una industria que no ha evolucionado, sin embargo, los fans y los artistas si lo hemos hecho. Adquirimos nuevos hábitos de consumo, nos transformamos constantemente. Los mismos artistas son cada vez más presionados para generar producciones de mayor calidad. Ya no sólo existen productos tangibles, sino ventas online. Espero que la industria lo entienda, y su desenlace no sea igual a la de los extintos dinosaurios.

Con mis amigos de la secundaría, 12 años de edad